JESÚS ES SUSTANTIVO y es un sustantivo que divide
Ricardo Arjona compuso e interpretó una canción famosísima titulada “Jesús es Verbo, no sustantivo” hace ya varios años, enfatizando en los creyentes nominales que se sienten seguros de su salvación pero no actúan conforme a esa creencia, no comparten, no ayudan, no son solidarios, son indiferentes. Solamente se basan en practicar doctrinas, en seguir postulados sectarios con los que creen estar practicando la verdad, en no tomar café, en no dejarse hacer una transfusión de sangre, en guardar un día o una fiesta prescrita por la iglesia. En la misma Biblia, a la que dicen seguir, hay palabras de reproche contra los que actúan así, diciendo por ejemplo en el libro de Oseas que Dios no recibirá ningún sacrificio, que no oirá las oraciones ni percibirá el clamor de sus hijos por su vida doble, hipócrita, aparente, no santa.
Al contrario de lo que se planteó el autor centroamericano, y revalidando su crítica a la hipocresía religiosa, yo apunto a otro objetivo. Pienso demostrar que la gente cree en nombres a secas como fuentes de su salvación, que solamente varían de acuerdo a los padres que le tocaron y a la zona geográfica donde nació con su correspondiente cultura determinada.
De este modo la gente cree en Alá o Jehová, por ejemplo, solamente según si nació en La Meca, en el Oriente, o en Lima o Bogotá, en nuestro occidente. Seguramente le tocaron padres distintos, con formaciones intelectuales diferentes, con patrones culturales desiguales, cada cual considerando, que está en la verdad, que lee la verdad (cuando lee el libro sagrado de cada cual), que practica la verdad. Los musulmanes creen en la Biblia si y solo si (condicionante matemático) se somete al Corán, porque evidentemente saben que son libros diferentes con informaciones y conclusiones diferentes. Por ejemplo, para ellos Jesús no es el Salvador, sino solamente un profeta, y no tiene ningún significado la obra de expiación de pecados a la que los cristianos le dan tanta importancia. Claro que hay otros pueblos para los que Jesús no es ni siquiera profeta sino nadie, exactamente eso. Pero en Occidente hay un mensaje extendido, sacado de la Biblia, muy difundido, en el que se afirma que “solamente en el nombre de Jesucristo hay salvación” y “fuera del nombre de él” no es posible ser salvo.
Para quienes entendemos estos fenómenos religiosos como peculiares, como muestras de lo típico de las regiones y en nada como verdades absolutas esta declaración no nos afecta, no nos da ni miedo ni esperanza. Jesús es un nombre, es una palabra que se aprendieron y que sobre la base de agresivas conquistas y colonizaciones, extendieron en esta parte del hemisferio. Los mismos que enfáticamente, con toda seguridad, nos afirman que solo en el nombre de Jesús hay salvación, si hubieran nacido en Arabia, fueron los más indiferentes con ese “sagrado nombre”. A diferencia de ellos yo, acá en Occidente, con la fuerza de las experiencias y racionalizaciones vividas, les diría lo mismo que les diría si viviera en Oriente, que creo en un Dios universal, del cual desconozco el nombre y que no me someto a las maquinaciones de las religiones que fomentan intolerancia, exclusivismo, supremacía sobre los demás con sus “verdades absolutas”. Los que aquí serían los defensores de Jesús en otra latitud y con otros padres tendrían un discurso diferente sobre el Mesías del que tanto hablan.
Mi posición se basa en el hecho de haber recorrido una vertiente del cristianismo, de haberme separado de ella, de analizar concienzudamente la Biblia (objetivamente y sin fanatismos) y de ese análisis concluir varias cosas importantes como las siguientes:
1. Es sabido que hubo más de media docena de mesías anteriores a Jesús, que pasaron desapercibidos, sin pena ni gloria, siendo superados por el último mesías, que tuvo oficina de prensa.
2. A excepción de las declaraciones extemporáneas de Flavio Josefo y de algunos pocos historiadores de la época, todos los historiadores del mundo contemporáneos a la existencia de Jesús guardaron sobre él un absoluto silencio. Para ellos no existió.
3. La declaración de que solo en el nombre de Jesús hay salvación es ofensiva contra los demás pueblos y fomenta una supremacía y exclusivismo de enorme tamaño.
La creencia en milagros nos ayuda a entender el asunto del nombre. Según donde te ubiques en el mapa la gente atribuye supuestos milagros a los santos o dioses o salvadores de su región. De tal modo Jesús o María sanan en muchos sitios de Latinoamérica, pero específicamente en Venezuela sana José Gregorio Hernández, pero en Cuba el santo milagroso sería San Lázaro. Y ¿qué son todos ellos? Son nombres.
Jesús no es el salvador del mundo, es solo un nombre que una religión específica, enmarcada dentro de una cultura judeo-cristiana, pretende colocar por encima de todo nombre en el mundo como Salvador y como Dios mismo. Es el problema de las verdades relativas elevadas a la categoría de verdad absoluta. El Jesús del que hablamos tiene distintas particularidades y connotaciones: comparte el nacimiento virginal del Tammuz babilónico y la muerte y resurrección al tercer día del Osiris egipcio. Pero Osiris y Tammuz son mitos y él fue elevado a la categoría de verdad absoluta.
Para los analistas del papel, de la tinta usada, del estilo narrativo y de técnicas de luces ultravioletas, Marcos 16 termina en la muerte de Jesús cuando sus seguidores y discípulos salen despavoridos. La resurrección es un añadido de esos tantos que hay en la colcha de retazos que es la Biblia, así duela mucho a sus seguidores porque quitaría la base de su esperanza que es la resurrección de quien, según esas narraciones, triunfó sobre los muertos.
Yo en particular he notado, tomando mi caso particular, que los que dicen creen en la Biblia, en Jesús y en la vida eterna, se consideran superiores a los que no creemos en tales asertos. Yo he dicho muchas veces que creo en un Dios universal, no sectario, no el Dios de la imposición cultural, no el dios regional, el de aquí o el de allá, con determinado nombre. He dicho que no sé su nombre porque no creo que lo haya revelado a nadie y las historias recogidas en libros sagrados le ponen distinto nombre según la parte de la que estemos hablando. De ese modo le llaman de diversos nombres. No sé qué ocurra después de la muerte porque no me he muerto y todo lo que se diga sobre ella pertenece al terreno de la especulación. El día que muera estoy dispuesto a comparecer ante ese Dios en que creo, con las acciones, pensamientos e intenciones que haya acumulado, pero cualquier cosa que diga al respecto sobre una determinada salvación o condenación pertenece al terreno especulativo.
No creo en ese cielo de uniformidad, con creyentes cantando coros igualitos, con la misma camiseta, excluyendo a todos los que pensaron diferente, porque no nos digamos mentiras, cada iglesia se imagina y predica un cielo nuevo con los creyentes salvos de su denominación (incluyendo a los que a última hora abandonaron a las otras iglesias y se volvieron de la “fe verdadera”). Si a eso llaman tener esperanza, no la tengo entonces. Me han dicho seres queridos que si no creo en una salvación con un mundo nuevo con los redimidos en torno a su Salvador, que no debo hablar, ni predicar, como si fuera de una categoría inferior. Y eso es un osado atrevimiento.
El que yo crea en Dios a mi manera no implica que descalifique a los que no crean en Dios, porque tienen derecho a hacerlo y a no hacerlo. Y ello no significa que no tengan moral, ni puedan tener hijos, ni educarlos responsablemente. Recuerdo que hay países ateos, laicos, donde no hay enseñanza religiosa en las escuelas y en donde los indicadores de bienestar superiores a los países religiosos, incluyendo los cristianos, donde el 98% de los que purgan penas en las cárceles por homicidio, secuestro o robo, son confesos creyentes.
Con esto demuestro que el religioso habla, predica, discute, obliga a sus hijos, manipulando las conciencias inocentes para producir prosélitos. Así que cuando las personas se bautizan en las iglesias en el nombre de su Salvador, a la edad que sea, es producto de todo un trabajo de equipo del sacerdote o pastor con los papitos y mamitas que lavan la conciencia de los pequeños para llevarlos a la “iglesia del Señor”, la “iglesia correcta”. Tantas veces les repiten en su vida el nombre y las doctrinas sectarias, que ellos terminan creyendo en el nombre que les han dicho (distinto según el sitio al que nos refiramos) y en las doctrinas impuestas.
Los religiosos me critican porque no creo en nada según ellos, me han dicho ateo muchas veces porque para ellos no creer en la Biblia y en la iglesia equivale a no creer en Dios; algunos ateos en foros de internet se han admirado de mis investigaciones y conclusiones y del material de denuncia que saco regularmente contra las imposturas religiosas pero han terminado criticándome (pero de manera más respetuosa) al terminar diciendo que de todas maneras yo creo en Dios, y me dicen que no tengo consistencia al afirmar eso. Pero ese soy yo, esa es mi configuración personal y entiendo que la razón básica para la existencia de los ateos es haber sido testigos, haber sufrido en carne propia los excesos de los religiosos cuando estando en el poder lo único que han hecho es perseguir y fomentar la intolerancia. El ateísmo existe por la existencia de los religiosos, así de sencillo.
Un nombre no puede seguir dividiendo al mundo en fronteras invisibles e irreconciliables.